Comentario
Durante mucho tiempo, la etapa inicial de la historia de Roma se ha venido situando más en el terreno de la leyenda que en el de la historia. Según las fuentes antiguas, la fundación de la ciudad tiene relación con el mundo griego, puesto que los fundadores descendían de estirpe troyana. Esta interpretación que encontramos en algunos historiadores griegos mencionados por Plutarco -Helánico de Mitilene, Eráclides Póntico- y en otros -Timeo, Dionisio de Halicarnaso- se propago no sólo en el ámbito griego, sino que, a partir de los siglos IV-III a.C., también se afirmó en el mundo itálico frente a otras tradiciones diversas que le suponían un origen arcadio o aqueo, relacionadas con el mito de Evandro, la primera, y con el de Odiseo o Ulises, la segunda. Esta leyenda, recogida por los analistas romanos Nevio y Fabio Pictor, presenta a Eneas como antepasado directo de Rómulo y Remo y que, tras casarse con la hija del rey Latino, se convirtió a su vez en rey. Más tarde, el historiador Livio sigue la misma tradición. La historiografía griega helenística concedió un origen divino y griego a la fundación de Roma, versión que ésta, a su vez, posteriormente asumió.
Ciertamente, es inadmisible la tradición de un origen troyano de Roma cuando se compara la fecha tradicional de la destrucción de Troya (1200 a.C.) con la realidad arqueológica del poblamiento del Lacio y el Septimontium, semejante a otros muchos poblados del Bronce Final de Italia y muy lejos de ser considerado ni siquiera un poblamiento importante, cuanto menos una ciudad.
A pesar de que los autores antiguos presentan a veces relatos distintos y de muy desigual valor de la historia de la Roma arcaica, hay algunas constantes que permiten suponer la validez de determinados elementos o vicisitudes de la Roma de esta época. Una de ellas es la de que la primera forma de organización política romana era de tipo monárquico.
La lista canónica de los siete reyes de Roma -u ocho, de incluir a Tito Tacio, que durante algún tiempo habría constituido con Rómulo una especie de diarquía- es la siguiente: Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio, Anco Marcio, Lucio Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio. La existencia de los tres últimos es aceptada por todos los historiadores modernos, en gran parte porque la documentación arqueológica es más abundante y aporta bastantes confirmaciones a los textos de los autores antiguos y también porque las características de estos tres monarcas cuya soberanía es similar a la de los tiranos griegos han resistido cualquier análisis crítico de las fuentes antiguas. Pero incluso sobre los primeros reyes no hay suficientes argumentos que nos lleven a creer en la falsedad de los mismos.
Como la fecha de la fundación de Roma propuesta por Varrón y aceptada por la analística romana se sitúa en el 754 a.C., cada reinado tendría una media de treinta y cinco años, que habría que alargar o reducir en caso de admitirse la fecha del 814 a.C. propuesta por el historiador griego Timeo en el siglo III a.C., o del 729 según Cincio Alimento, también del siglo III a.C. Sin embargo, la fecha del 754 a.C. es la más aceptada, con un valor orientativo, esto es, se acepta que la primitiva Roma pudo ya existir en la últimas décadas del siglo VIII a.C., cualquiera que fuese entonces su nombre y su organización en ciudad o más bien, inicialmente, bajo la forma de federación de aldeas.
La tradición señala que el primer rey fue Rómulo, hijo de Marte y rey en cierto modo mítico, al que había correspondido crear el primer ordenamiento político de la ciudad. Es además el rey epónimo, pues su nombre significa Romano.
De él nos dicen las fuentes que, después de fundar la ciudad, habría buscado incrementar el número de sus súbditos por dos procedimientos: abriendo un asilo o refugio sobre la colina del Capitolio, donde se establecieron gentes marginadas de otras comunidades y comerciantes extranjeros, y raptando mujeres sabinas. Este último episodio se sitúa durante la celebración de las fiestas en honor del dios Conso, a las que habían acudido muchos sabinos y gentes de otros pueblos vecinos. Los hombres de Rómulo se apoderaron de sus mujeres. Tito Tacio, rey del pueblo sabino de Curi, asaltó Roma y tomó el Capitolio. Posteriormente, ambas aldeas se fusionaron y llegaron a constituirse en una sola ciudad con dos reyes hasta la muerte de Tito Tacio.
A través de este relato apreciamos el carácter abierto de la ciudad de Roma desde sus inicios. Individuos de distintos lugares y condiciones se acogieron al derecho de asilo que la tradición atribuye a Rómulo. Así, el sucesor de éste, Numa Pompilio, era un sabino, como también lo fueron Tulio Hostilio y Anco Marcio. Esto viene a probar la presencia de un importante número de sabinos en la Roma de los comienzos y, probablemente, la fusión inicial de dos comunidades distintas: la del Palatino, núcleo original de la ciudad, y tal vez la del Quirinal, ya que existen justificadas teorías sobre la existencia en esta colina de un poblado de sabinos emigrados del interior apenínico. Algunos de los ritos, cultos y costumbres sabinas pasaron a formar parte del patrimonio cultural romano desde épocas muy arcaicas. Por ejemplo, el culto al dios sabino Quirino, identificado por los romanos a veces con Marte y a veces con el divinizado Rómulo.
La existencia de las tres tribus primitivas -Ramnes, Tities y Luceres- y de triadas divinas, como Júpiter, Marte y Quirino, que es la más antigua, podría relacionarse con la anexión de una tercera colina, tal vez el Aventino, a la que, según la leyenda, se retiraría Remo, el hermano y rival de Rómulo. Posteriormente, el número pasará a cuatro, con la anexión tal vez del Celio y así hasta culminar el proceso de unificación de las aldeas de las siete colinas. Aunque el proceso ordenado de la unificación de las colinas no puede establecerse con seguridad, sí sabemos con certeza que se fue produciendo un fenómeno de sinecismo entre las comunidades asentadas en las distintas colinas y que el núcleo primitivo de la ciudad fue el Palatino, tal como confirma la tradición y los hallazgos arqueológicos.